Sólo Dios conoce eso que llevamos dentro, eso que somos realmente, en una extraña mezcla de miseria y de grandeza
La costumbre de etiquetar a otros es tan común que parece que la llevamos escrita en nuestros genes.
Porque el mejor modo de “anular” al otro, de arrinconarlo, de silenciarlo, de negarle sus derechos, incluso su misma dignidad, es ponerle una etiqueta que nos impide ver a la persona para fijarnos en el adhesivo.
¿Es del otro lado de la frontera? Tenemos ante nosotros un enemigo. ¿Habla mal? Estamos ante un hombre inculto, incapaz de aportar algo inteligente. ¿Tiene un buen vestido? He aquí un burgués capitalista, opresor de los pobres y enemigo de la justicia. ¿Huele a vino? Se trata de un miserable que seguramente arruina a su familia.
Las etiquetas surgen desde el deseo interior de “dominar” al otro, de encasillarlo, de comprenderlo. Por eso salen casi espontáneas, hasta el punto de que quien está ante nosotros llega a “convertirse” en un ser despreciable, sin derecho a la palabra y sin posibilidad de defenderse de acusaciones que a veces son completamente falsas.
Pero más allá de las etiquetas existe en cada hombre, en cada mujer, algo muy grande y muy hermoso: un corazón, una inteligencia, un alma espiritual. Porque ningún hombre, ninguna mujer, puede quedar reducido a lo que aparenta, a sus modos de actuar, o a los sentimientos negativos que surgen en nosotros contra esa persona.
En cada ser humano se esconde el tesoro del espíritu, la vocación indeleble a la verdad, al bien, a la belleza. También, por desgracia, dentro de cada uno hay tendencias hacia el mal, hacia la injusticia, hacia la mentira. Por eso las etiquetas positivas, con las que vemos de modo ingenuo en alguien sólo cualidades, pueden llegar a ser tan erróneas y tan negativas como las etiquetas con las que rechazamos injustamente a otros.
El misterio de cada ser humano va mucho más allá de cualquier etiqueta. En el fondo, sólo Dios conoce eso que llevamos dentro, eso que somos realmente, en una extraña mezcla de miseria y de grandeza.
Por eso, antes de enjuiciar a otros, conviene detenernos y mirar hacia arriba, para descubrir dimensiones insospechadas en este hombre, en esta mujer, a los que podré ayudar seriamente si dejo de lado etiquetas ingenuas o rencorosas. Será posible, entonces, tenderle una mano amiga y convertirnos en compañeros de camino en la maravillosa aventura de la vida humana.
P. Fernando Pascual
catholic.net
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