Si, como decía la canción “para entrar en el cielo no es preciso morir”, para saber lo que es el Purgatorio tampoco.
Seguramente muchos se preguntarán a ver qué es eso del Purgatorio, y tal vez lleguen a pensar que es un invento de los curas o una creencia de la gente de antes, pasada de moda. Digamos, antes de nada, que la existencia del Purgatorio es un dogma de fe y que en la práctica el pueblo cristiano siempre ha demostrado creer en él. No se explicaría de otra manera la asidua costumbre rezar por los muertos.
En muchas de nuestras iglesias aparecen cuadros o relieves que intentan de alguna manera reflejar el tormento de las almas del Purgatorio, envueltas en llamas, suspirando por llegar a Dios, pero con una gran diferencia de las representaciones del infierno. En todo caso, es normal que nos preguntemos por qué ha de existir un purgatorio.
Todos somos conscientes de que en esta vida hay personas muy buenas que se sacrifican por los demás, que son todo un ejemplo de generosidad, paciencia, fe... y que tampoco faltan quienes se dedican a abusar de los demás, a explotarlos, gente egoísta, soberbia, cruel... Algo nos dice que tiene que hacerse justicia en el momento de la muerte, de modo que no sea indiferente ser bueno o malo. Todas las religiones hablan de premio o castigo. Es verdad que los cristianos creemos en la misericordia de Dios y por ello, aunque exista la posibilidad de la condenación eterna, nos parece acorde con el amor de Dios que exista un castigo merecido de carácter temporal. Eso es el Purgatorio, una especie de tormento purificador que no es eterno.
Las representaciones artísticas del Purgatorio y del Infierno difieren enormemente: mientras en el infierno sólo se ven rostros de desesperación y diablos y bichos raros, en las que hacen referencia al Purgatorio está también representado Dios, la Virgen María y el Cielo; aparecen rostros doloridos, pero no desesperados. Y nada de diablos. Ya sabemos que éstas imágenes, más bien propias de otras épocas, son sencillamente maneras de ayudarnos a entender una realidad mucho más profunda. No hace falta ningún lugar para sufrir, sino que es suficiente el tormento del alma.
Aunque haya personas, entre las que se incluyen santos canonizados, que dicen haber entrado en contacto con las almas del Purgatorio, no es esa nuestra experiencia. Pero sí que podemos partir de algunas experiencias de esta vida para intentar comprender un poco esta posibilidad de tener que sufrir después de la muerte. Si hay alguno que no cree en estas cosas le diremos que allá él, pero que sepa que algún día, tal vez no muy lejano, podrá enterarse por sí mismo.
Veamos. El ser humano es fundamentalmente el mismo antes y después de la muerte. Se supone que muchas de las experiencias de esta vida han de tener bastante parecido con la vida futura. Aquí y allí el hombre busca la felicidad, aquí y allí puede sufrir, aquí y allí necesita amar y ser amado. Vistas así las cosas se entiende aquello de que el fuego del Infierno y el fuego del Purgatorio sea el mismo que el fuego del Cielo.
Empecemos por el fuego del Cielo. Es el fuego del amor. Si una persona está profundamente enamorada se dice que su corazón arde en deseos de encontrarse con la persona amada, y no puede encontrar mayor felicidad que en sentirse unido a esa persona. Así y no de otra manera es el amor de Dios. “La alegría que encuentra el esposo con su esposa la encontrará tu Dios contigo”, nos dice Isaías.
Ahora bien, supongamos que una persona muy enamorada le hace a su amante una faena tan grande que pierde para siempre su amor, al tiempo que sigue enamorada. Eso sería el infierno: descubrir toda la belleza del amor de Dios y perderlo para siempre. Es la situación desesperada de quien experimenta un terrible remordimiento sin posibilidad de vuelta atrás, tanto más amargo cuanto mayor es el amor que siente. Ojalá nadie tenga que vivir esta situación y que el infierno no pase de ser una posibilidad nunca hecha realidad.
Pero supongamos que un marido muy enamorado ofende a su esposa, o viceversa, de tal manera que la persona ofendida no decide cortar definitivamente, pero sí durante una temporada. De momento le deja. Seguro que quien se ha portado mal siente un enorme remordimiento pesar, y que se le hacen largos los días esperando volver a encontrarse con su amor.
En los tres casos, cielo, infierno y purgatorio, se trata de haber descubierto el fuego del amor de Dios, disfrutando de él, perdiéndolo para siempre o sufriendo mientras se espera algún día gozar de él.
Si en esta vida todo el mundo trata de evitar la cárcel, aunque sea por un breve período de tiempo, también merece la pena evitar la cárcel del Purgatorio. Sin embargo con frecuencia vivimos de forma bastante irresponsable. No se trata de negar la misericordia de Dios, sino de su incompatibilidad con el pecado. Si un amigo nos invita a una boda no se nos ocurre ir sucios y mal olientes, por mucha confianza que tengamos con él. No hace falta que nadie nos lo recuerde. Cuando, tras la muerte, seamos conscientes de la belleza de Dios y la fealdad de nuestro pecado, nosotros mismos comprenderemos la necesidad de purificarnos.
Si, como decía la canción “para entrar en el cielo no es preciso morir”, para saber lo que es el Purgatorio tampoco. ¡Cuántas veces se pasa por él en esta misma vida! Por eso en los momentos de sufrimiento deberíamos tener en cuenta aquello de que no hay mal que por bien no venga. Aceptemos el dolor del cuerpo y del alma como una purificación de nuestros pecados.
Máximo Álvarez Rodríguez
catholic.net
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