Una personalidad psicológicamente sana precisa en primer lugar un buen conocimiento propio y un equilibrado aprecio hacia sí mismo. No puede amar a otro el que a sí mismo no se ama, ni amarse a sí mismo el que no se conoce, decía Quevedo. Es preciso cultivar un ponderado sentimiento de valía personal, de lo que con mayor o menor fortuna muchos denominan autoestima.
— Pero eso de autoestima suena un poco a amor propio...
Quizá la palabra autoestima no sea un muy afortunada, pero no es fácil encontrar otra mejor. Conviene resaltar que no se trata de amor propio, en su acepción castellana más común, de orgullo altivo o arrogante; ni se trata tampoco de narcisismo ni de nada parecido. La autoestima se refiere a un sano y equilibrado sentimiento de aprecio y estimación por uno mismo.
Igual que toda persona siente una inevitable necesidad de estimación ajena, tiene también necesidad de una cierta estimación de sí misma.
Las personas que se autojuzgan siempre negativamente, y que tienen por tanto un mal concepto de sí mismas, suelen ser personas que sufren y hacen sufrir. Y que, además, contribuyen con su actitud a que sus negras estimaciones acaben por cumplirse, pues quien se valora mal a sí mismo acaba transmitiendo a los demás esa mala impresión, y entra así fácilmente en un círculo vicioso en el que su autodiagnóstico negativo se confirma con el eco que revierte de los demás la mala impresión que él mismo transmite.
— Supongo que es una actitud que se va forjando ya con la primera educación.
Sin duda. Cuando, por ejemplo, unos padres tienen una personalidad obsesiva o asediante, y tienden a comportarse de modo excesivamente severo, crítico o exigente, es fácil que esa actitud induzca en sus hijos una baja autoestima. El hijo ve que si hace las cosas bien, le dicen que es lo normal, sin dar muestra alguna de alegría y afecto; y si no las hace perfectamente bien, se lo recriminan de modo áspero o le insisten con frialdad en que podría haberlo hecho aún mejor.
Y tanto si el hijo reacciona de modo hostil hacia sus padres, como si se esfuerza de continuo por obtener su difícil aprobación, en ambos casos su autoestima se encontrará habitualmente en crisis, oscilando entre la frustración de nunca contentar a sus padres y la de no poder apenas decidir sobre su vida. Una persona educada en un entorno en el que ha sido poco valorada, o que ha resaltado en exceso sus defectos, tenderá a ser medrosa e insegura: se teme a sí misma porque durante tiempo ha temido, y con razón, a otros.
— Antes hablabas de crecer en conocimiento propio y autoestima. Pero cuanto más se conozca una persona a sí
misma, más defectos descubrirá, y más patentes, y por tanto sentirá cada vez menos estima hacia sí misma.
Conocer bien los propios defectos y limitaciones no tiene por qué implicar ningún desprecio hacia uno mismo. Sucede como en el amor a otra persona: hay que conocerla bien, y amarla con sus defectos y sus limitaciones, que no ignoramos; si sólo se amara lo bueno de esa otra persona, no se trataría de un amor verdadero sino de un amor posesivo e interesado. El amor auténtico supone amar a la totalidad de la persona. Sabe que hay parcelas de esa persona más valiosas que otras y desea que mejore en todas ellas, pero ha de ser capaz de quererla tal como es globalmente, incluyendo lo más valioso y lo que no lo es tanto. En el amor a uno mismo sucede algo parecido. Es preciso apreciarse a uno mismo en la globalidad de la persona. Si sólo admitimos nuestras características más positivas, o si sólo nos fijamos en las negativas, en ambos casos nuestra autoestima será frágil y quebradiza.
Alfonso Aguiló
interrogantes.net
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