En muchas familias la bendición de la mesa se ha convertido en tema de disputa. Los jóvenes protestan contra esa práctica, porque la encuentran muy superficial. Desde luego, hace falta un consenso sobre la manera de comenzar las comidas. Hay que hablar sobre qué oraciones estarían bien, o si se prefiere unos instantes de recogimiento para mirar con agradecimiento los dones que Dios nos da.
La bendición de la mesa, desde luego, no es el punto culminante de la oración. No se trata tampoco de una devoción, de mis relaciones personales con Dios, de una cuestión de conciencia. No, sino que es una cuestión de cómo cultivar el acto de la comida en familia y la convivencia. Por eso, los padres no deben ceder a la primera objeción, sino que conversarán con sus hijos para saber qué significa para ellos la bendición de la mesa común, y en qué contexto sitúa ésta las comidas en familia. Una vez que se haya suprimido la bendición de la mesa, será muy difícil introducirla de nuevo.
En mi familia era costumbre que la madre hiciera la señal de la cruz sobre el pan que iba a partir. Conozco muchos matrimonios jóvenes que vuelven a practicar hoy día ese ritual que tan común fue durante el siglo I. Da la sensación de que todos los manjares de los que ellos pueden disfrutar agradecidos proceden de Dios y a él pertenecen, y de que todas las cosas cotidianas se hallan bajo la bendición de Dios. Y cuando ellos mismos cuecen el pan, entonces marcan conscientemente la señal de la cruz sobre la masa de harina.
Tales rituales no son simplemente una nostalgia, sino que comunican la sensación de que no es cosa obvia el tener suficiente comida; que todos los dones de la creación son dones santos, santificados por el amor que se encarnó en Jesucristo: un amor que se expresa en la cruz. Por medio de esta clase de ritual, las cosas de la vida cotidiana se convierten en signos del amor de Dios, un amor que llega hasta nosotros en ellas y que nos bendice.
Anselm Grüm
iglesia.org
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