Víctor Manuel Fernández
Era una noche de dulce calma, con una suave brisa cálida y un cielo despejado. Yo caminaba por una calle tranquila y silenciosa. El día se había terminado dejándome una mezcla de temores, cansancios, remordimiento y vacío interior.ba mirando con asombro la multitud de estrellas y me maravillaba imaginando la inmensidad de ese universo interminable y la gloria luminosa del Creador infinito, que se refleja en su obra. Luego, comencé a sentir de alguna manera la presencia de Jesús caminando conmigo.
Me vinieron a la memoria las estrofas de una canción y comencé a cantarla. Nadie me escuchaba, sólo él: “«Quédate, Señor, quédate conmigo, quédate...».
Mientras cantaba comencé a experimentar que él, el Infinito, me estaba escuchando a mí, una pequeña criatura que le estaba pidiendo: «quédate conmigo». Y era como si mi indigencia le clamara: «Por favor, no me abandones, no dejes de protegerme, te necesito, me cuesta la vida. Quédate conmigo».
Y seguía el canto: «Quédate, soy un peregrino. Quédate, Señor, largo es el camino». Y comencé a recordar cuántas cosas había vivido ya en la vida. Cuántas caídas, cuántos cansancios, cuántas impotencias, cuántas luchas y cuántas veces él me había sacado del pozo.
«Largo es el camino» cantaba, y pensaba que quizás quedaban por delante todavía muchas luchas, con menos juventud, con menos ilusiones, con menos salud. Y por eso sentía que la súplica brotaba con más fuerza y me conmovía volver a decirle: «Quédate, Señor, largo es el camino».
Y seguía el canto: «Seré mendigo de tu pan y de tu vino». Y entonces me conmoví hasta las lágrimas y sentí que él me estaba hablando otra vez y me volvía a llamar: «Sígueme».
Descubrí entonces que el Dios infinito y poderoso que se reflejaba en el universo espectacular era el mismo que se hacía tan pequeño cada día en la misa, en la apariencia de un pedacito de pan. Y yo, su mendigo, lo recibía cada día para enfrentar este largo camino de peregrino. Y sollozaba cantando: «¡Quédate, Señor, quédate conmigo!».
A partir de aquella noche, ese mendigo frágil ha pasado sus días ansiando el momento de la misa, para recibir el pan de los peregrinos; porque allí se hace presente el Dios de amor infinito que quiso quedarse con nosotros para enfrentarlo todo.
iglesia.org
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