La fe nos enseña que el verdadero Dios es una Trinidad. En una sola naturaleza divina hay tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Estas tres personas, realmente distintas entre sí, son perfectamente iguales, por tener una sola e idéntica naturaleza. Tres Personas distintas en un sólo Dios, como aprendimos en el catecismo.
Las palabras "naturaleza" y "persona", no se toman aquí en el sentido corriente de los términos, sino de acuerdo con el lenguaje filosófico, que es más preciso. La naturaleza o esencia de los seres es aquello que hace que las cosas sean lo que son; el principio que las capacita para actuar como tal (por ejemplo, la naturaleza del hombre es ser animal racional compuesto de alma y cuerpo). La persona, en cambio, es el sujeto que actúa (por ejemplo un hombre concreto con un nombre: Pedro, que actúa de acuerdo a su naturaleza: piensa, quiere, trabaja, etc.). Así es claro que en cada hombre hay una sola naturaleza y una sola persona. En Dios, en cambio, no ocurre así: una sola Naturaleza sustenta a una Trinidad de Personas.
Las tres personas son coeternas. El Padre existe eternamente por la perfección infinita de su substancia y engendra eternamente a su Hijo; el Espíritu Santo procede eternamente del Padre y del Hijo como de un principio único.
El entendimiento humano no es capaz de comprender la esencia divina, no puede penetrar en el misterio de la vida íntima de Dios, sólo puede conocer lo que Dios revela y asumirlo con la fe; "Si lo comprendes, no es Dios", dijo San Agustín
Si quisiéramos identificar a la Santísima Trinidad por sus "misiones" en el tiempo, o atribuciones, diríamos que: el PADRE es el Principio de Vida, de quien todo procede. Se le atribuye la Creación. El HIJO procede eternamente del Padre, como engendrado por Él, y asumió en el tiempo una naturaleza humana por nuestra salvación. Se le atribuye la Redención. El ESPÍRITU SANTO es enviado por el Padre y el Hijo, como también procede de ellos, por vía de voluntad, a modo de amor; se manifestó primero en el Bautismo y en la Transfiguración de Jesús y luego el día de Pentecostés sobre los discípulos; habita en los corazones de los fieles con el don de la caridad (Cf. Ef 4,30). Se le atribuye la Santificación.
Este misterio se halla insinuado en el Antiguo Testamento; pero clara y explícitamente enunciado en el Nuevo. Uno de los textos en que se nombra a las tres divinas personas es el relato del bautismo de Cristo. El Padre dejó oír su voz desde el cielo: "Este es mi Hijo muy amado; escuchadle -. El Hijo era bautizado por San Juan. Y el Espíritu Santo descendió en forma de paloma (cfr.Mt.3,17).
Las palabras confiadas por Jesús a los Apóstoles al concluir su misión terrena: "Id y enseñad a toda la gente, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo"(Mt.28,19), tienen un significado particular porque han consolidado la verdad sobre la Santísima Trinidad, poniéndola en la base de la vida sacramental de la Iglesia. La vida de fe de todos los cristianos comienza en el bautismo, con la inmersión en el misterio del Dios vivo.
El dogma de la Trinidad ha sido siempre creído por la Iglesia, enseñado por todos los doctores y se halla resumido en esta frase del símbolo de San Atanasio: "La fe católica quiere que adoremos la Trinidad en la unidad y la unidad en la Trinidad, sin confundir a las personas y sin separar la substancia divina".
La fiesta de la Santísima Trinidad nos muestra que nuestro Dios es «don» total al hombre: el Padre se nos regala por Cristo en el Espíritu Santo, urgiendo en el hombre, en cuanto imagen de Dios, a una vida de «don». El cristiano ha de vivir como hijo de Dios, buscando en todo la voluntad del Padre y asumiendo los mismos sentimientos de Cristo, que hizo de su preciosa existencia un «don hasta la muerte y muerte de cruz». Siempre dócil a la acción del Espíritu Santo. Toda vida cristiana se ha de realizar en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, buscando siempre la mayor gloria de la Santísima Trinidad.
«A la Iglesia -a cada cristiano- toca hacer presentes y como visibles a Dios Padre, a su Hijo encarnado con la continua renovación y purificación propias bajo la guía del Espíritu Santo» (GS 21,5).
Oraciones a la Santísima Trinidad:
Una de las oraciones más antigua y recitada desde los primeros siglos del cristianismo es el Gloria . Basado acaso en el mandato del Cristo: "Bautizad en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo", fue fórmula de profesión de fe contra las herejías de Arrio (negaba la divinidad del Hijo) y de Macedonio (negaba la divinidad del Espíritu Santo).
Otras oraciones a la Trinidad, que rezamos habitualmente son: el Credo de los Apóstoles y el Símbolo Niceno-Constantinopolitano.
Un antiguo himno de alabanza a la Trinidad es el Gloria a Dios. Compuesto en el siglo II, toma su frase inicial del evangelio de San Lucas (2:14), cuando los ángeles anuncian a los pastores el nacimiento de Cristo. Era recomendado como oración diaria matutina y a partir del siglo V comenzó a formar parte de la Misa.
Gloria a Dios en el Cielo
y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor.
Por tu inmensa gloria
te alabamos,
te bendecimos,
te adoramos,
te glorificamos,
te damos gracias.
Señor Dios, Rey celestial,
Dios Padre todopoderoso.
Señor Hijo único, Jesucristo,
Señor Dios, Cordero de Dios,
Hijo del Padre:
tú que quitas el pecado del mundo,
ten piedad de nosotros;
tú que quitas el pecado del mundo,
atiende nuestra súplica;
tú que estás sentado a la derecha del Padre,
ten piedad de nosotros:
porque sólo tú eres Santo,
sólo tú Señor,
sólo tú Altísimo, Jesucristo
con el Espíritu Santo
en la gloria de Dios Padre.
Amén.
iglesia.org
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