Saturday, October 17, 2009

«Hay muchos jóvenes que son como el cristal: duros pero frágiles»

Entrevista a Javier Urra

Doctor en Psicología y voz autorizada en cuanto a la infancia se refiere, no en vano fue el primer Defensor del Menor en España, Javier Urra (Estella, 1957) presenta Educar con sentido común; una obra que «busca ser puente entre todos los agentes implicados en la educación de los chavales».

-Habla de «urgencia» de cara a que padres y profesores eduquen con criterios comunes. ¿Se ha roto este binomio que parecía indestructible años atrás?

-Lo que se ha roto de alguna manera es la educación ordinaria. Ya no funciona la fórmula en la que el maestro habla y los alumnos escuchan. Esa fórmula de enseñanza se ha quedado obsoleta. Los jóvenes de hoy en día tienen muchísima información a su alcance, por eso necesitan profesores que lo sean por vocación, bien preparados y que se adapten a las nuevas tecnologías tanto para saber descodificar los mensajes de los chicos como para hablarles desde el conocimiento. Renovarse o morir. Hay mucho que hacer en la escuela, desde luego, pero es fundamental que los padres eduquen en casa.

-¿Cree que se ha delegado demasiado en los docentes?

-Algo de eso hay. Sobre todo porque los padres en general, y las madres en particular, tienen un sentimiento de culpabilidad muy arraigado porque les resulta harto complicado conciliar vida profesional y familiar. Se tira mucho de aquello de «para un rato que estoy con mi hijo, cómo le voy a reñir». Ha hecho mucho daño también la teoría de algunos psicólogos y pedagogos que dijeron en su momento que hay que dejar hacer, que al niño no se le puede traumar. Eso ha generado mucho desacierto. La sociedad se plantea ahora cuál es el arma educativa a su disposición, si le quitan la bofetada.

-¿Y cuál es?


-Tenemos el diálogo, el cariño, el respeto e incluso la sanción. Hemos llegado a una situación en la que cualquiera puede ver en series de televisión a un grupo de chavales que hacen todo lo que quieren, sin ninguna premisa de respeto a la norma, a lo instituido, al profesorado... No se pueden emitir este tipo de mensajes contaminantes. En ese sentido, debemos orientar nuestro trabajo los expertos. Sí que creo que la mayoría de los padres consiguen que sus hijos estén bien educados en una sociedad mucho más igualitaria y más rica que la de sus abuelos, pero también mucho más compleja. Sin embargo, hay padres perversos, padres incapaces, que no son adultos o que anteponen sus vicios a su papel de educadores.

-También se cuentan por miles las denuncias de padres contra hijos.

-Así es, este año pasado, por ejemplo, hemos contabilizado en la Fiscalía 8.000 denuncias de padres a hijos, mil más que en 2007. Todas ellas se refieren a chavales de 14 a 18 años, porque sólo podemos intervenir a partir de esa edad, con lo cual, desconocemos las agresiones que se producen en los años anteriores. Trabajamos, como institución, para intentar trasladar a la sociedad ciertas dosis de sentido común, en ningún caso nos creemos «superpapás». Pero no podemos consentir que los hijos agredan a sus padres. Es inaceptable. Y si usted, como madre, consiente que su hijo la pegue y la insulte, yo no lo puedo hacer porque llegará el día en que ese chico viva en pareja y va a masacrar a otra persona. Es nuestra obligación pararlo hoy.

-¿Qué ha fallado en la sociedad para llegar a este extremo?

-Esta situación se da en una sociedad nuevo rica como la española, muy algodonosa y con mucha tontería. Existe una presión desmesurada en torno al consumo que se agudiza sobremanera en los niños. Tanto es así que dos de cada cinco anuncios van dirigidos a la infancia, todos quieren tener las mismas zapatillas, la misma marca de camiseta... Hacer que ese niño sea feliz es muy complicado porque siempre va a querer más. Y aún teniéndolo todo, un día se encontrará mal porque sus amigos le rechazan y empezará a coquetear con las drogas, con el alcohol. Todos lo harán, pero algunos quedarán enganchados y otros no. ¿De qué depende? ¿de una personalidad pretoxicómana? Pues no, depende de que les hayamos transmitido un saber manejarse en las turbulencias de la vida. Yo creo muy poco en el azar, creo en la constancia, en el esfuerzo y ahora, tristemente vivimos en una sociedad en la que parece que a los hijos hay que dárselo todo al morro y nos estamos equivocando. De hecho, el índice de suicidio infanto-juvenil ha experimentado un aumento brutal en los últimos años. ¿Y por qué? Porque hay muchos jóvenes que son como el cristal: duros pero frágiles.

-¿Y hay algún truco en este sentido?

-Hay que educar a los niños pequeños en el no, en el respeto a la mujer, a sus mayores y tienen que aprender, desde muy chiquitines, que no todo se puede comprar. Nos hace falta una sociedad de valores. Si cogemos ahora cualquier periódico comprobamos que las páginas de sucesos y de contactos, aumentan. Eso de «yo con mi cuerpo hago lo que quiero», es una teoría que yo pondría en cuestión porque nuestras acciones, queramos o no, siempre repercuten en los demás. ¿Que el drogadicto es un enfermo? Puede llegar un momento en el que sea un enfermo y haya que ayudarle pero, en algún momento le falló la voluntad. No me merece el mismo respeto ético que un niño que nace con espina bífida. Él sí que no ha elegido.

-Usted aboga por darles voz a los jóvenes.

-Sí, puesto que hay un cierto despotismo en este sentido: todo para los chicos, pero sin los chicos. Y los políticos incurren a menudo en muchas incongruencias. No es de recibo que para tatuarse o hacerse un piercing se necesite el permiso del padre o tutor y para la interrupción voluntaria de un embarazo no. Tampoco tiene sentido que se suba la edad para conducir un ciclomotor y se pueda acudir a las farmacias a por la píldora del día después sin mayor repercusión. ¿Qué queremos? ¿Menores maduros desde los 16? Entonces denles permiso para votar. ¿O un chico de 17 años tiene menos capacidad que su abuela de 87? Habría que resituar todo esto, replantearlo, empezando por darles voz a los jóvenes, ver que piensan ellos de todas estas medidas que les afectan para hacerles responsables de sus actos.

Por Naiara Baza
sontushijos.org

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