Tuesday, March 24, 2009

El amor fraterno. Insistencia continua

El Papa Benedicto XVI estableció el Año del Apóstol San Pablo, comprendido entre las fechas 28 de Junio del 2008 al 29 de Junio del año 2009, para conmemorar el Bimilenario del nacimiento de Pablo, el hombre más providencial que Dios regaló a la Iglesia naciente.


En las meditaciones de los lunes y miércoles realizaremos un modesto programa que pretende dar a conocer la vida del Apóstol y exponer en forma sencilla la doctrina cristiana de sus cartas inmortales, las catorce clásicas, incluida la de los Hebreos, la cual contiene claramente de principio a fin el pensamiento paulino, y encontrar por nosotros mismos las enseñanzas que Pablo nos transmite a todos. Pedro García Misionero Claretiano.

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La carta de Pablo a los Filipenses -encantadora de principio a fin-, tiene un párrafo sobre el amor como encontraremos pocos en toda la Biblia del Nuevo Testamento.

Pablo está preso en Roma. Y a pesar de sus cadenas, puede escribir como en años atrás a los de Corinto: “Sobreabundo de gozo en medio de todas mis tribulaciones” (2Co 7,4) Lo demuestra palpablemente esta carta a los de Filipos.

Sin embargo, algo le falta a Pablo para que su alegría sea total, y es el estar seguro de que sus queridos filipenses se aman ardientemente unos a otros. Y así, les escribe:

“Si me pueden dar algún consuelo en Cristo, si algún refrigerio de amor, si alguna comunicación del Espíritu, si alguna ternura y misericordia, colmen mi alegría” (Flp 2,1)

Leída esta introducción, pudieron prensar los lectores de la carta cuando la recibieron:

- ¿A dónde irá Pablo con estas palabras? ¿Qué nos querrá pedir? Acabamos de enviarle dinero para que se alivie. ¿Qué más necesitará, y que no se atreve a decirlo?

Se les aclara el misterio cuando siguen leyendo:

“Quieren de veras colmar mi alegría? Pues, cólmenla teniendo un mismo sentir, un mismo amor, un mismo ánimo, y buscando todos lo mismo. No busquen el propio interés, sino el de los demás” (2,2-4)

Los filipenses pudieron exclamar:

- ¡Al fin se descuelga Pablo, y vemos adónde va! A lo de siempre, a que nos amemos los unos a los otros. Por algo nos ha dicho unas líneas antes:

“Le pido a Dios en mis oraciones que ese amor que ya se tienen crezca cada vez más en conocimiento y en toda experiencia”, siendo cada vez más efectivo (1,9)

Los lectores habían escuchado al principio cómo Pablo les amaba a ellos entrañablemente, pues les decía:

“Testigo me es Dios de cuánto los quiero a todos ustedes, con afecto entrañable en Cristo Jesús” (1,8)

Sin embargo, a Pablo le faltaba decir algo más:
- No me tomen a mí como el mejor modelo, pues hay alguien que me gana con mucho. ¿Quieren amarse entre ustedes tan entrañablemente como los amo yo? Piensen en el Señor Jesús. Y para eso les digo: “Tengan en ustedes los mismos sentimientos que Cristo” (2,5)

Era la última palabra que Pablo podía decir sobre el amor. Amar con el mismo amor de Cristo, y con los mismos sentimientos con que Cristo ama a todos, es fundamentar el amor en un terreno inamovible.

Aunque Pablo tampoco se inventaba nada nuevo, pues mucho antes que él lo había dicho el mismo Jesús en aquella sobremesa inolvidable:
“Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo los he amado” (Jn 15,12) En el amor y los sentimientos de Cristo está la norma suprema del amor cristiano.

Cuando escribió Pablo todo esto a los de Filipos, hacía varios años ya que había escrito aquel himno insuperable a la caridad del capítulo trece en la primera a los de Corinto. Esto nos hace ver que el amor entre los hermanos es no sólo importante en el cristianismo, sino que toca la misma esencia de nuestra fe.

Quien ama, es cristiano.
Quien no ama, de cristiano verdadero no tiene nada.

A lo largo de todas sus cartas -de todas sin excepción-, Pablo va sembrando semillas que hacen germinar el amor en todas las Iglesias. Unas veces se mete en doctrina profunda, como la del Cuerpo Místico de Cristo.

Otras veces baja a detalles concretos de la vida, al parecer mínimos, pero que hacen de la caridad algo vivo -“existencial”, que decimos hoy-, de modo que nadie pueda llevarse a ilusiones tontas. Al considerar esos detalles, uno se llega a decir lo del refrán: “Realmente, que obras son amores, y no buenas razones”.

Entre los principios doctrinales del amor fraterno señalados por Pablo, cabe citar como primero la paternidad de Dios.
-¿Es Dios nuestro Padre? ¿Es Padre de todos?

Indudable, pues escribe Pablo:
“No tenemos más que un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, actúa por todos y está en todos” (Ef 4,6)

Con Padre semejante, es inconcebible que sus hijos, hermanos todos, no se tengan amor, pues destrozarían el corazón del Padre y sería imposible formar la familia de Dios. Luego todos nos tenemos que amar.

Jesucristo, por otra parte, ha formado con todos los bautizados su Cuerpo Místico. Cristo es la Cabeza, y todos los cristianos sus miembros, hasta poder escribir Pablo:
“Todos los bautizados en Cristo, ustedes, ya no son sino uno en Cristo Jesús”, “pues todos somos miembros los unos de los otros” (Gal 3,27-28. Ef 4,25)

Siendo el Espíritu Santo el alma del Cuerpo Místico, al amarnos colaboramos con el Espíritu a la formación de todo el Cuerpo; si dejáramos de amarnos, destruiríamos la obra del Espíritu.

En lógica rigurosa, mirando a Padre, a Jesucristo, y al Espíritu Santo, quien no ama a un hermano deja de amar a Cristo, y deja de amarse a sí mismo.
Sin amor fraterno, por riguroso que parezca, no puede haber ni salvación.
Por el contrario, quien ama está y estará siempre en el seno y en el corazón de Dios.

Pablo no se cansa de cantar bellezas incomparables del amor:

“¡Dios mismo les ha enseñado a amarse mutuamente!”, dice a los de Tesalónica (1ª,4,9)
“¡Caminen siempre en el amor, igual que Cristo nos ha amado a todos!”, encarga a los de Éfeso (5,2)
“¡Vivan el amor, que es fruto del Espíritu!” (Gal 5, 22)

“¡Ámense hondamente los unos a los otros!”, les insiste a los de Roma. “Con ello habrán cumplido toda la ley” (12,10; 13.8)

Aunque lo mayor del amor nos lo dijo Pablo de aquella manera inolvidable al acabar el sin igual capítulo trece de los Corintios:

Todo pasará. Lo único que durará eternamente es el amor. El amor es lo más grande de todo.

catholic.net

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