Juan 3, 1-8
Había entre los fariseos un hombre llamado Nicodemo, magistrado judío. Fue éste donde Jesús de noche y le dijo: «Rabbí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede realizar las señales que tú realizas si Dios no está con él.» Jesús le respondió: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios.» Dícele Nicodemo: «¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?»
Respondió Jesús: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu. No te asombres de que te haya dicho: Tenéis que nacer de lo alto. El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu.»
Reflexión
¿Nacer de lo alto? Pero, ¿Qué significa esta pregunta y afirmación de Cristo? ¿Acaso un espíritu puede engendrar algo? Efectivamente. Da a luz a un nuevo ser pero como hijo de Dios. Como dice el catecismo en el número 782 “nacer de lo alto significa ser miembro de este cuerpo no por el nacimiento físico, sino por el “nacimiento de arriba”, “del agua y del Espíritu”, es decir, por la fe en Cristo y el Bautismo”.
En qué conflictos doctrinales se metería Cristo con lo judíos de ese tiempo pues decir que era necesario nacer de lo alto significaba introducir nuevas doctrinas difíciles de interpretar y que además venían dichas por el “hijo del carpintero”. Qué gran ejemplo de Cristo en enseñarnos cómo se transmite su palabra dada por su Padre. Deja de lado los conocimientos eruditos de los judíos y les predica la verdadera doctrina de la salvación. El bautismo que les abrirá las puertas del Reino de Cristo y les hará verdaderos hijos de Dios.
Nosotros como bautizados hemos recibido esta gracia de Dios. Ya somos sus hijos merecedores de su herencia, del cielo y sobre todo de su amor. Ahora como hijo de Dios debemos hacer honor a nuestro nombre cuidando el gran tesoro de la gracia. No podemos derrochar la magnífica herencia que se nos tiene preparada por un placer terrenal pasajero. Podemos conservar el nombre de hijos de Dios manteniendo limpia nuestra vida de gracia, que significa amistad con Cristo. ¿Cómo trataríamos a un amigo que tanto queremos y estimamos? De la misma forma hay que tratar a Cristo, como un amigo que quiere corresponder a su amistad.
catholic.net
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