Cuando comencé a conocerte, tú me has elevado hacia ti para mostrarme que aún me quedaban muchas cosas por conocer y cuán incapaz era todavía.
Tú me has hecho ver la debilidad de mis miradas lanzando sobre mí tu esplendor, y yo me estremecí de amor y de terror.
Descubrí que estaba lejos de ti, en la región de la desemejanza, y tu voz me venía como de lo alto:
«Yo soy el pan de los fuertes; crece, y me comerás. Y no eres tú quien me cambiarás en ti, tal como pasa con el alimento para tu carne; sino que tú, serás cambiado en mí».
iglesia.org
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