Friday, March 6, 2009

De la misma familia

Hay partes de nuestro cuerpo que son pesadas (como el hígado, los pulmones o los riñones) pero no nos pesan, porque son eso, parte de nosotros mismos: no las sentimos como extrañas. También sucede con las personas de nuestra familia o nuestros amigos más íntimos: son de casa.


La Iglesia es familia, comunión con Dios y entre las personas, comunidad en el sentido más profundo. En un segundo momento la Iglesia es también institución, representada por la Jerarquía. No sólo en el sentido de las instituciones humanas, que se organizan para fines temporales, con sus estatutos y leyes. La Iglesia es una institución divina y además una institución de salvación. Su razón de ser es comunicar –anunciar y entregar– el amor manifestado por Dios en Cristo; y lo hace, ciertamente a pesar de las flaquezas humanas.

Pues bien, en los últimos siglos ha sido común subrayar el carácter institucional y humano de la Iglesia, dejando en la sombra su más profundo misterio. Por otra parte los medios de comunicación suelen referirse a la Iglesia en el contexto casi exclusivo de las relaciones Iglesia-Estado (en la práctica, las relaciones entre los Obispos y la autoridad política), que son sólo un aspecto de la misión de la Iglesia. Así se quedan al margen los «cristianos de a pie»: los fieles laicos. En tercer lugar están las presiones del laicismo militante, que se posiciona «frente a la Iglesia» (es decir, frente a los Obispos).

A la «impopularidad» de la institución eclesial (según algunas encuestas) contribuyen noticias sobre intrigas vaticanas, novelas pseudohistóricas y «superhallazgos» arqueológicos.

Otros factores se podrían añadir: la «lógica» cristiana de la cruz (que enaltece los valores espirituales y la caridad, la verdad y la libertad, precisamente cuando no están de moda); el pacto de muchos con el bienestar, la falta de formación, el miedo a comprometerse, el « pensamiento débil», etc.

No es extraño que muchos conciban la religión como una relación «privada o individualista» con Dios, pero sin un verdadero compromiso personal con Él, que implicaría una mayor generosidad con los demás.

Como señalaba San Pablo, el ojo o la cabeza no pueden prescindir del resto del organismo. Por eso no tiene sentido pretender ser cristiano «por libre». Y para ser cristiano no es suficiente, como suele decirse, «no robar ni matar, ni forzar a otro». Hay que saberse y actuar en la familia de Dios, germen de unidad para la familia humana. Es preciso sentirse implicado y en casa dentro de la Iglesia, ser parte interior y viva de la misma familia.

cope.es

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