Una de las actitudes que les cuesta cultivar a los jóvenes hoy es la meditación. En efecto la música, el celular, el aglomerado de tantas personas, el ruido de la ciudad, hacen que uno no esté casi nunca solo y por ende no tenga la oportunidad de sumergirse en las profundidades del silencio.
El silencio y la meditación son vitales para cultivar el espíritu. Sin un proceso de interiorización la persona humana no mete raíces, no madura, no desarrolla las cualidades artísticas, el sentido del misterio, la capacidad de contemplar, de amar, de orar. Vive en la superficialidad y en la vanidad.
Acerquémonos entonces a una joven especial, a María, para hacernos sus discípulos y emprender el camino de la interioridad.
Luego de la sorprendente visita del ángel, de la experiencia de la gestación, del sufrido y gozoso nacimiento de Jesús, de la maravillosa visita de los pastores y de los magos, el Evangelio de Lucas nos dice que:
«María guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón».
Esta joven estupenda se había creado un espacio interior donde colocaba sus experiencias y donde se retiraba para profundizar el misterio, escuchar el eco de los acontecimientos, dialogar con el Señor, para luego salir con el ánimo disponible a todo y a todos.
En este mes de mayo dedicado a nuestra Madre les invito a vivir el rezo del santo Rosario como una oportunidad de ir a la escuela de Jesús y de María y de hacernos buenos discípulos suyos. Y la primera actitud que cultivaremos será la escucha. Aprendamos a escuchar no sólo con el oído, sino con los ojos de la atención y la disponibilidad del corazón.
iglesia.org
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