Monday, September 28, 2009

«Seremos juzgados por el amor»

La caridad debe ser el signo distintivo


Lo que realmente importa en la vida es que somos amados por Cristo y que nosotros, en respuesta, le amamos. En comparación con el amor de Jesús, todo lo demás es secundario. Y sin el amor de Jesús, todo es vano.

En el Reino de los Cielos la única jerarquía será la del amor.

Sin duda, el mal debe ser condenado y combatido, y el error debe ser descubierto y corregido; pero el modo de hacerlo debe ser siempre delicado y respetuoso, con la convicción de que cada uno lleva su dolor, su misterio y su angustia frente a la muerte y el más allá. Precisamente el hecho de que cada persona camine inexorablemente hacia la separación suprema debe colmar el espíritu de atención, caridad, paciencia y fraternidad. Debe guiamos constantemente el ejemplo de Cristo, quien, a pesar de ser tan estricto en sus exigencias, decía a las multitudes y lo repite también hoy: «Venid a Mí todos los que estáis fatigados y oprimidos, que Yo os aliviaré. Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas.»

Dios quiere también que amemos a los demás. Aquí está el sentido de nuestra vida, en amar a Dios y a los demás, en amar a nuestros padres, hermanos y hermanas, a nuestros parientes y amigos, a todos los seres humanos, incluso a los que quizá nos hayan herido u ofendido. Amar al prójimo significa vivir para los otros, echándoles una mano, prestando servicio cuando se necesite, siendo justos, honrados y puros, amables, auténticos y bondadosos. Amar al prójimo quiere decir ayudar a construir un mundo mejor.

Amar es preocuparse de las otras personas, aceptarlas, salir del propio camino para ayudarlas, servirlas y animarlas. Compartir con los otros el mundo y las cosas buenas, como Dios las ha compartido con nosotros. Amando a los demás descubriréis el sentido de la vida.

En este mundo tan atormentado por revoluciones, originadas por el odio y por la lucha, hace falta la revolución del amor; es necesario que esta revolución se muestre más fuerte. Esto es también el radicalismo del amor.

Cuando se vive el amor, cuando se realiza el amor, cuando se hace vencer el amor en cada una de las circunstancias, entonces se hace ver a Dios. Esto no es sólo un programa abstracto, es un programa existencial. Es bueno que deis mucha importancia al testimonio, porque cada uno de estos testimonios lleva consigo la confirmación de este programa. Es bueno que el programa esté escrito más en los testimonios, en las experiencias vividas, que en el papel o en las teorías.

Tenéis la grave responsabilidad de romper la cadena del odio que produce odio y de la violencia que engendra violencia. Habéis de crear un mundo mejor que el de vuestros antepasados. Si no lo hacéis, la sangre seguirá corriendo; y mañana, las lágrimas darán testimonio del dolor de vuestros hijos. Os invito, pues, como hermano y amigo, a luchar con toda la energía de vuestra juventud contra el odio y la violencia, hasta que se restablezca el amor y la paz en vuestras naciones.

Vosotros estáis llamados a enseñar a los demás la lección del amor, del amor cristiano, que es al mismo tiempo humano y divino. Estáis llamados a sustituir el odio con la civilización del amor.

El hombre se afirma a sí mismo de manera más completa dándose. Ésta es la plena realización del mandamiento del amor. Ésta es también la plena verdad del hombre, una verdad que Cristo nos ha enseñado con Su vida.

Para quien ha conocido y cree en el amor de Dios, lo único esencial es amar, tanto viviendo como muriendo. Y el sentido auténtico y pleno del vivir es dar la vida.

Ser hombres nuevos interiormente es el presupuesto indispensable para construir una relación nueva con los otros. He aquí el otro aspecto de la novedad cristiana: en un mundo que, cuando no cede a la tentación de la violencia, asume frecuentemente como norma de conducta social una especie de razonado egoísmo, ¿no constituye acaso una propuesta de novedad revolucionaria la de construir las relaciones humanas sobre un sentimiento desinteresado como el del amor? Con todo, es precisamente esto lo que Jesús ha pedido a quienes creen en Él. ¿No dijo en la última Cena: «Un precepto nuevo os doy: que os améis los unos a los otros»?

Juan Pablo II
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