El premio Nobel de medicina que hace algunas semanas se concedió a Robert Edwards por el desarrollo de la técnica de fecundación in vitro (FIV) ha traído de nuevo a los medios la discusión por la legitimidad de ésta y otras técnicas de reproducción asistida.
Por un lado, se han celebrado los casi 4 millones de bebés nacidos desde la invención de la técnica en 1978; por otro, la Iglesia Católica y algunas organizaciones asociadas a ella (como la Federación Internacional de Asociaciones de Médicos Católicos, FIAMC) han mostrado consternación al escuchar la decisión de premiar al «inventor» de los niños de probeta (cf. ZENIT, 05.10.2010).
¿Es la Fecundación in Vitro una técnica digna de ser premiada? ¿Ha contribuido realmente al bien de la humanidad? A continuación se presentan tres hechos que podrían dar luz para responder a estas preguntas.
Uno contra cuatro
Si es verdad que la FIV ha traído a la vida a cuatro millones de niños, también es verdad que detrás de cada niño nacido, hay otros que han muerto en intentos fallidos de implantación y algunos otros que permanecerán congelados. Cuatro millones nacidos, pero al menos dieciséis en peligro de permanecer congelados, desechados o sujetos a investigación científica, usados como conejillos de experimentación. Cuatro millones de bebés nacidos, pero dieciséis millones de embriones congelados o eliminados.
Madres de alquiler y explotación de mujeres
La FIV también hizo posible la práctica del «alquiler de madres». Las mujeres que ahora quieran deshacerse de las incomodidades del embarazo, o que no pueden llevarlo, pueden alquilar el vientre de una mujer que, por una suma de dinero, lo llevaría a término. La India, por ejemplo, se ha convertido en un país al que muchas parejas acuden en búsqueda de vientres de alquiler, pues no hay una legislación que regule esta práctica. Según un artículo publicado en mayo de 2009 por el Sunday Times, sólo un tercio de las 14 mil libras que paga la pareja llegan a la madre sustituta. Además, el artículo explica que las madres sustitutas, normalmente de la casta inferior deben vivir en lugares de confinamiento, y reciben visitas de su marido e hijos sólo una vez por semana, sin dejar de mencionar que las mujeres atraviesan serias dificultades emocionales al tener que entregar al niño que gestaron durante nueve meses.
Los niños a la carta
Un tercer hecho relacionado a la FIV es el asunto de los niños «a la carta». Ahora los padres pueden elegir de entre los embriones producidos al que satisfaga sus gustos: se puede elegir el sexo, el color del pelo o de los ojos. La técnica es posible gracias al Diagnóstico Genético Preimplantacional (DGP) y ha sido publicitada desde el año pasado en algunas clínicas de reproducción asistida en los Estados Unidos (cf. ZENIT, 03.03.2009).
El problema no es sólo desear una hija más que un hijo, o en preferirla con ojos azules; también es que en esa elección los padres determinan quién nace, quién muere o quién se queda congelado.
La FIV parece haber traído más problemas que soluciones. Y esto ha sucedido porque se ha perdido de vista que la investigación científica, siendo sólo una herramienta para entender mejor la naturaleza, puede ser utilizada también en perjuicio del hombre.
Del abuso de la ciencia y de su perjuicio al hombre, Alfred Nobel era muy consciente. El mal uso que su invento –la dinamita– había provocado, lo llevó a establecer la fundación que lleva su nombre. En el 2010, el Nobel de medicina se lo lleva el creador de la FIV. ¿Qué pensaría Alfred Nobel de este abuso de la ciencia?
Roberto Taboada
fluvium.org
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